Los meteoritos del Campo del Cielo

El doctor en ciencias geológicas de la Universidad de Buenos Aires, José Sellés-Martínez, quien nos acompaña en el viaje, ofrece su visión experta sobre un lugar único en el planeta: Campo del Cielo.

A caballo entre las provincias de Santiago del Estero y del Chaco, en Argentina, se extiende un área de forma elíptica, con unos 18km de largo por 4km de ancho que, en su conjunto se denomina Campo del Cielo, nombre que también recibe una localidad del Chaco en la cual se encuentra un conjunto importante de meteoritos.

El Campo del Cielo, denominado en el idioma de los mocovíes, pueblo originario de la región, tiene su origen en la explosión de un meteoroide, ocurrida hace aproximadamente 4.000 años que se dispersó en trozos de muy diversa dimensión, que van desde las 37 toneladas hasta fragmentos de unos pocos gramos.

Las tradiciones indígenas conservan la memoria de un gran incendio provocado por la caída de una bola de fuego desde el cielo y a partir del momento en que los colonizadores españoles tuvieron conocimiento de la existencia de hierro en esa región intentaron encontrarlo y estudiar sus características, incluyendo de qué tipo de mina se trataba, ya que en ese momento (siglo XVI) la ciencia aún no había incorporado el concepto de la existencia de cuerpos que caían desde el espacio y se hablaba de un “mesón de fierro” pero no se conocía su origen.

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El líder indígena mocoví Juan Carlos Martínez frente al meteorito Chaco, el segundo más grande del mundo

 

A fines del Siglo XVIII, con el inicio del Virreinato del Río de la Plata se envían nuevas expediciones en búsqueda del mesón y se reconocen cuerpos de hierro de los que se toman muestras que se envían a diferentes ciudades (Buenos Aires, Lima, Madrid) para su estudio.

Si bien no es posible asegurarlo, las diferentes expediciones creen haber encontrado todas el mismo cuerpo, aunque proporcionan diferentes mediciones y estimaciones de peso. La expedición al mando de Rubin de Celis, del año 1883 es la primera de la cual se han conservado los mapas y dibujos del meteorito, los que se conservan en el Archivo General de Indias. Rubin de Celis publicó en el año 1888 un artículo sobre el mesón de fierro en una revista científica de Londres, artículo que se publicó en castellano y traducción al inglés.

Con posterioridad, en el año 1803, otra expedición, encontró un nuevo meteorito, de tamaño más reducido, que fue enviado a Buenos Aires. Allí permaneció durante algunos años hasta que se cortó y una parte fue fundida para realizar unas pistolas y una figura de Santiago Apostol. El fragmento restante, de mayor tamaño que el utilizado, fue luego regalado al cónsul inglés en Buenos Aires, quién lo envió al Museo Británico, donde aún se exhibe. En la década de 1820 se publicaron algunos artículos sobre el Mesón de Fierro en periódicos de Buenos Aires y en el que, aunque en castellano, era editaba por Andrés Bello en Londres.

El interés por el meteorito sudamericano en la época no es casual, está vinculado a un muy importante cambio en la actitud de los científicos con respecto al origen de estas extrañas moles de hierro casi puro y se vincula a los avances en la química, que puede realizar análisis que permiten reconocer el hierro y el níquel presentes en los cuerpos metálicos y diferenciar este hierro, por sus propiedades, del hierro que se obtiene en la tierra por la industria metalúrgica. De gran influencia en el cambio de ideas fue la caída de una lluvia de meteoritos que tuvo lugar en Francia a principios del siglo XVIII, que fue observada por gran cantidad de personas. A partir de ese momento de discusión se centró en establecer el origen de esos cuerpos metálicos.

Se propusieron diversas teorías que proponían desde que en las regiones altas de la atmósfera se producía la condensación de vapores metálicos y la formación de los meteoritos, hasta que los mismos habrían sido arrojados por los volcanes de la luna. Con el avance del conocimiento a lo largo del siglo XIX y a principios del XX se estableció que eran cuerpos que provenían del espacio extraterrestre, que tenían su origen algunos en las primeras etapas de formación del sistema solar, hace unos 4.500 millones de años y que otros podrían provenir de la destrucción de planetas menores, ocurrida con posterioridad. Si bien los primeros meteoritos identificados como tales eran de composición metálica, con el paso del tiempo y el progreso de los estudios se identificaron meteoritos de composición pétrea, es decir semejantes a algunas rocas, pero cuya composición mineralógica no es similar a las rocas que podemos encontrar en la corteza de la Tierra.

En el siglo XXI el estudio de los meteoritos se ha convertido ya en una disciplina particular y los avances tecnológicos nos han permitido no sólo obtener fotografías de algunos cuerpos menores presentes en nuestro sistema solar que podrían constituir meteoritos si su trayectoria los hiciera chocar con la Tierra, sino incluso posar sondas en cuerpos que orbitan a distancias que las sondas exploradoras tardan la friolera de diez años en recorrer y que pueden transmitir no solo fotografías sino también información sobre la composición del cuerpo. En el Museo del Campo del Cielo, se exhiben actualmente varios meteoritos, uno de ellos denominado “El Chaco” es por su peso (37.000 kg) el segundo del mundo.