Sobre algunas formas del vivir juntos en el Gran Chaco boliviano.

Por Agustina Pérez Rial

El lunes 11 de mayo cruzamos la frontera entre Argentina y Bolivia e ingresamos a Yacuiba. Lo primero que llama mi atención es la institucionalización de los bagalleros. Contables por miles, vestidos de azul y con la leyenda “ASOC. DE BAGALLEROS. Pers. Jurídica #256/05. GRAN CHACO” bordada en su espalda. Bolivia se nos presenta en este viaje, desde sus contornos, gregaria e institucionalizada. Los días que siguen no serán la excepción.SAMSUNG CAMERA PICTURES

Ciudades que nos consideran una delegación “noticiable” y nos reciben con eventos en las plazas públicas (como las actividades que nos dedica la Alcaldía de Yacuiba), grupos civiles, militares y empresariales interesados en narrarnos partes sesgadas de la Historia, sobre todo de aquella que de una u otra forma los liga a la guerra que libraron Bolivia y Paraguay, conocida como La Guerra del Chaco (1932-1935), o que les permite profundizar en las interrelaciones con los pueblos originarios. Interrelaciones complejas, plenas de intereses confrontados y nuevas formas del tutelaje. Recepciones con bolsas institucionales de los municipios me desconciertan y comienzo a entender que reflexionar en este contexto sobre la vida de todos los días en el Gran Chaco Boliviano es difícil.SAMSUNG CAMERA PICTURES

Pienso que mi mapa, en este caso, será una cartografía de las posibilidades de lo gregario como modo de vivir juntos. Comunidades menonitas, viviendas planificadas por empresas transnacionales, baterías militares, pensionados universitarios de la UNIBOL -Universidad Indígena Boliviana, diferentes modelos de habitar que en su narrarse dan cuenta de los procesos económicos, sociales y políticos que está atravesando Bolivia. Los “peajes institucionales” (con los gobiernos municipales, los militares, las comunidades aborígenes) son extensos e intensos. En pocas circunstancias aparece la oportunidad de recorrer un territorio sin la mediación de relatos institucionales. Nos quedamos, por ejemplo, sin posibilidad de visitar una comunidad guaraní o weenhayek.

En su lugar, pasamos una Jornada con la Asociación del Pueblo Guaraní (APG) y visitamos el Museo Etnográfico Weenhayek. Abunda el discurso sobre, los relatos que –afortunadamente- entran por momentos en tensión y nos muestran la complejidad de los cambios y disputas que están atravesando las comunidades aborígenes en Bolivia para preservar la soberanía sobre su territorio y su cultura. Las casas, en este contexto, abandonan su ser individual, son viviendas sociales. Formas en las que el narrrar del habitar es un narrar comunitario e institucionalizado. Nuevos desafíos para pensar las formas que atraviesan lo cotidiano cuando este es mediado por regulaciones comunitarias, sean estas cívicas o militares, criollas o indígenas, o como parece ocurrir cada vez más, formas híbridas de estar juntos.